El reflejo en la ventana

Era una tarde tranquila, de esas que parecen hechas para guardar en la memoria. De pie junto a mi camioneta, en medio del campo, tomé una foto rápida. La luz era suave, los árboles detrás brillaban con tonos dorados, y todo parecía en calma. Sin pensarlo mucho, envié la imagen a mi esposo.

Su respuesta llegó enseguida: “¿Quién es esa persona en el reflejo?”

Fruncí el ceño, sorprendida. Al mirar más de cerca, noté algo que antes no había visto: una silueta borrosa en la ventana trasera. Parecía un hombre con sombrero, el rostro cubierto por la sombra. Mi corazón dio un salto. El sombrero me recordó a alguien de mi pasado.

Pero estaba completamente sola. El campo estaba vacío, en silencio, solo el viento y el murmullo de las hojas me acompañaban. Le escribí de nuevo: “Debe de ser la luz o un árbol. No había nadie.”

Su contestación fue más lenta esta vez: “Eso no parece un árbol.”

Desde ese instante, la foto dejó de ser una simple imagen. Se convirtió en una fuente de duda. En los días siguientes, su voz sonaba diferente, más distante, y sentí cómo el silencio crecía entre nosotros.

Volví a mirar la foto una y otra vez, ampliándola, buscando una explicación. El reflejo seguía allí, indefinido pero inquietante, suficiente para sembrar preguntas. Lo que comenzó como un momento inocente se transformó en una silenciosa prueba de confianza.

Al final comprendí que la foto no era el verdadero problema. Lo importante fue lo que representaba: lo fácil que es que surjan malentendidos cuando la desconfianza aparece. Aprendí que la comunicación abierta vale mucho más que cualquier imagen.